para elloco
Como todos, como nadie ella estaba en el medio de una oscura habitación llena de gente, llena de música, de humo y luces. Cuántas cosas entran en la oscuridad. Yo como todos, como nadie entré. La tengo que saludar. (Hola.)
Acercate; más, dale no seas tímida. Saludame sí, pero no de lejos, vení, con un beso, apoyame una mano en el hombro aunque sea y poné tus labios en mi cara, aunque sea en un costado. Quiero oler sin que te des cuenta el perfume de tu nuca. No me conocés, decime mi nombre (Raúl me llamo, pero decime 'fede') despacito y mirándome a los ojos. De tu otra mano, dejame que te la agarre, te acaricio los dedos: despacito los abro con los míos, los separo. Pongo mis dedos entre los tuyos. Nuestras manos unidas son nuestro cuerpo; es uno y es nuestro.
Ahora corriste la boca, ya no me toca pero así mi cachete contra el tuyo que es tan suave, tan perfumado por la noche llena de gente con olor rico y chivada, bien vestidita y anoréxica, toda amable e interesada, toda importante e invisible. Y latís, ya no es mi corazón lo que pulsa: te siento fuera de mi cuerpo pero cerca, tan cerca. Mi mano, la de tu cintura, sube y llega a tu pelo; es lindo pasearse por él como descalzo por una playa de arena muy fina ¿Cómo es la isla de caras? A contrapelo te saco un suspiro; te ponés colorada y te tapás la boca; dos medias frutillas en almíbar rojo que se escapan entre tres de tus dedos regordetes. No se si te reís pero me mirás desde abajo con los ojos grandes y en mi mente no hay nada. Un numero: una nena. No te suelto la mano, esa que intercalaba dedos tuyos y míos, no me la soltás. Ahora sí: empujo tu espalda hacia mi pecho y se curva en un badén, en un valle curvo tan dócil. Debajo de ese vestido de verano tu piel es más suave y te imagino bañándola en crema a la mañana, con el sol celeste o amarillo entrando por la ventana de tu décimo piso. Puedo oler la mañana, la crema, el jazmín artificial. Puedo verte mirándote en el espejo y sonreír satisfecha. Algo hay entre tu espalda y mi pecho: sos vos. Pequeña contra mi cuerpo, callada, respirás ensimismada y fuerte. Ya no escucho esas palabras que no quiero escuchar, ahora callás las que sí quiero oír pero las pensás y eso me basta. Tus tetas contra mi pecho. Incontenidas, llenas de piel o silicona pero sin corpiño. Mis pectorales son manos, vasijas tibias que ofrecen sustento a tus enormes lágrimas de piel. Hermosas protuberancias que me conmueven. Ahora quiero llorar o estrujarte, quiero acariciarte y partirte al medio como el cuchillo dentado a un pedazo redondo de pan de campo. Esponjoso. Ahora me decís algo, te contesto (parezco muy seguro de lo que digo) y nos separamos. No del todo: mi mano todavía está tejida en la tuya y la lleva hasta mi auto y, sin hablar, el resto de mi cuerpo te va a extrañar todo el camino hacia el telo. Y te re cabió, Maxi López.
(foto: papparazzi)