Natasha ernesto y yo
Donde solía haber tres ganchitos para colgar tres sombreros, ahora sólo queda uno, maltrecho y herrumbroso. Y es que el tiempo y los sombreros los fueron erosionando, gastándolos de base, convirtiéndolos en polvo de metal.
Ahora ocurre que entra Natasha y cuelga su sombrero, lleno de alegres moños y plumas de tigre. Cuelga su sombrero y se despreocupa del asunto. Pasa a la cocina. Tal vez toma una grapa o tal vez se acerca un poco a la ventana para ver los carteles.
Ahora entra ernesto con su no menos vistoso sombrero, que consiste de cuatro círculos concéntricos con sus respectivas tangentes. Estas tangentes son rectas sempiternas, y como tales le dificultan la entrada y salida a edificios públicos. Pero lo que ernesto pierde en practicidad, lo gana en elegancia. Ahora ernesto se quita el sombrero para colgarlo del gancho, pero lo encuentra ocupado. Estupefacto queda ernesto mirando los alegres moños y las plumas de tigre.
Ahora entro yo con mi viejo sombrero de fieltro. Con ensayado y natural gesto me lo quito y me dispongo a colgarlo. Se trata de movimientos que mi cuerpo ya conoce y domina. No requieren ser pensados: son reflejos. Pero ahora ocurre que dos obstáculos separan a mi sombrero del gancho. El primero es el sombrero de Natasha (en cuya descripción no creo pertinente ahondar) y el segundo es el estupefacto ernesto, que (quien sabe hace cuanto) mira el sombrero de Natasha.
Lo que ocurre ahora es inesperado: Mi cuerpo sigue su natural impulso de colgar el sombrero, pero en lugar del gancho se encuentra con la calva brillosa de ernesto. En ese mismo instante, a doscientos y pocos kilómetros, un hombre mira su reflejo invertido en el lado cóncavo de una cuchara.
Ahora ocurre que entra Natasha y cuelga su sombrero, lleno de alegres moños y plumas de tigre. Cuelga su sombrero y se despreocupa del asunto. Pasa a la cocina. Tal vez toma una grapa o tal vez se acerca un poco a la ventana para ver los carteles.
Ahora entra ernesto con su no menos vistoso sombrero, que consiste de cuatro círculos concéntricos con sus respectivas tangentes. Estas tangentes son rectas sempiternas, y como tales le dificultan la entrada y salida a edificios públicos. Pero lo que ernesto pierde en practicidad, lo gana en elegancia. Ahora ernesto se quita el sombrero para colgarlo del gancho, pero lo encuentra ocupado. Estupefacto queda ernesto mirando los alegres moños y las plumas de tigre.
Ahora entro yo con mi viejo sombrero de fieltro. Con ensayado y natural gesto me lo quito y me dispongo a colgarlo. Se trata de movimientos que mi cuerpo ya conoce y domina. No requieren ser pensados: son reflejos. Pero ahora ocurre que dos obstáculos separan a mi sombrero del gancho. El primero es el sombrero de Natasha (en cuya descripción no creo pertinente ahondar) y el segundo es el estupefacto ernesto, que (quien sabe hace cuanto) mira el sombrero de Natasha.
Lo que ocurre ahora es inesperado: Mi cuerpo sigue su natural impulso de colgar el sombrero, pero en lugar del gancho se encuentra con la calva brillosa de ernesto. En ese mismo instante, a doscientos y pocos kilómetros, un hombre mira su reflejo invertido en el lado cóncavo de una cuchara.
6 comentarios:
¿y si nos tomamos las cosas un poco más así, y menos en serio?
jjajajajaajajajajajajajaajauauaajajajajajajajauajaja!!!
maldito niÑo genio!!
pd bueno fede por fin nos vamos entendiendo..
geniooooooooo!
...ya te lo dije??
genio!
no te hagas la canchera que para vos tambien va el consejo
(y un genia tambien, anoche cantaste de putamadre)
perdon crei que era cunnington lo que te servia el otro dia mientras te lo daba , )el consejo digo,claro como la 7 up que lo di en forma de comentario y no de consejo,) ...pero tal vez me equivoque... igual brindo por el encuentro !
osvaldo
y gracia s por lo de anoche ..por cantar al compas digo
lov
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