sábado, 26 de abril de 2008

El que no salta es un inglés (en silla de ruedas) / Invitación: Javier Saleh x Matiu

Como decía el poeta inglés Joseph Abdul Alud (encarcelado por asesinar poetas en Bolivia), «algunos tienen mala suerte y otros tienen mala suerte, hay demasiadas palomas y elefantes, para mi gusto». El caso es que en mi familia todos somos discapacitados: mi hermano nació ciego de nacimiento, ahora ve, pero en el cuarto oscuro votó a Cristina cuando quería poner la lista entera del Partido Humanista; quizás la Reina ganó con este voto de sexo casual y nunca lo supo. Mi mamá, recientemente fallecida, tuvo hemiplejia durante diez años; se ve que nuestra vida ya era tan aburrida que mi vieja le encontró la vuelta, y luego se cagó muriendo en un hospital público o privado. Mi viejo hace quince años que está desocupado, y consideremos la desocupación como una de las más modernas discapacidades, no sólo en Argentina, sino que en Tucumán también, e incluso en Salta, aunque todavía no esté aceptada por la Real Academia, junto con la palabra «desaparecidos» y otras. Y yo, bueno, yo intenté obtener el certificado de discapacidad, pero cuando me preguntaron cuál era mi invalidez respondí: «Escribir», y me sacaron gentilmente a patadas en el culo. La cuestión es que mi hermano sí tiene el certificado, y uno de sus privilegios es poder entrar gratis a un recital con un acompañante, que en este caso sería yo. El recital que viene a cuento era el de los Rolling Stones, una banda inglesa que prometía andar bien hace un par de décadas.
Ya en el lugar y luego de un minucioso cacheo donde los fanáticos pasaban con cuchillos de carnicero y marihuana como para decorar la Casa Rosada entera, nos guiaron hacia el sector denominado -con mucha originalidad y tacto- «Sector Discapacidad». El asunto es que había bocha de hemipléjicos, tuertos, mancos y mucha silla de ruedas. Una de ellas, incluso, volcó antes de ponerse en fila, y un cana anotó el hecho como accidente de tránsito, desorientado por no encontrar el número de patente.
Estaba tan bien organizado el evento, que los que tenían un simple bastón recién comprado o anteojos para sol estaban delante de todos, y nosotros, los verdaderos elegidos del Reino de Dios, estábamos en el fondo. Por supuesto, empezó el recital y nosotros todavía afuera, porque los ingleses sí que son puntuales. Pero así y todo, el té, y el saquito inglés, se lo tomaron los vivos de siempre, los quilomberos del fondo en la primaria, los borrachos inseguros de los boliches, los esquineros del atraco, los que tienen un cigarrillo en la mano porque no saben cómo sostener su existencia, los que se mezclan con las manzanas mediocres para poner en duda el cajón entero. Y tales así, que las manzanas podridas hicieron una avalancha y entraron democráticamente por la fuerza, mientras los boludos de siempre nos quedamos con la silla de ruedas y el certificado en la mano.
A todo esto, un armatoste de seguridad dijo que le dieron la orden de no dejar entrar a ningún lisiado más. Así dijo, «lisiado». Tenía demasiado músculo como para razonar y cara de estar lejos del título de profesor de «especiales» (que es como se debe denominar a los lisiados).Yo, indignado y valiente, cuando se iba, le grité desde atrás escondido entre el grupo de cieguitos: «Vení, lisiado del cerebro, vení que te explico braille». El hurso me identificó, y cuando se disponía a hacer de mí un futuro juntable en cucharita, lo vi retroceder asustado. Me envalentoné pensando que era por mí, que la pensó, je, que supuso que le iba a destrozar la mano con mi cara, pero al darme vuelta vi venir a cinco mil monos al grito de «¡Vamo’ lo’ estón!», y entendí que lo mejor era correrse de esa manada de rolingas que habían forzado las vallas de contención en Libertador y venían corriendo para entrar de guapos al estadio de River. Lo miré a mi hermano, él no me miró (porque de noche no ve bien), pero telepáticamente coincidimos en retirarnos heroicamente del lugar, o sea, completamente derrotados.
Ya en la avenida, cuando nos subimos al colectivo, el chofer nos hizo bajar porque el certificado de mi hermano estaba vencido, pero bueno, como mi hermano no ve… Le dije al chofer que era otro flor de hijo de puta más que ejercía su derecho a marginar, mientras que mi hermano, siguiendo con la bronca por no haber podido entrar al estadio, me dijo: «El flequillo no cuenta como discapacidad, pero ellos entraron igual...», y nos fuimos, cansados y lentos, hacia General Paz.
Y justamente, en un semáforo, un cartel que propagandeaba el recital me hizo pensar que era lógico no haber entrado: esa lengua, enorme, parecía sacarse sólo para nosotros dos.


EL LADO CLARO DE LA LUNA

SE SUPONE QUE DEBEMOS TENERTE LÁSTIMA

SIN EMBARGO CUANDO SEA EL FINAL DEL CAMINO...
VOS VAS A ESTAR MUCHO MAS CÚRTIDO.

viernes, 25 de abril de 2008

Nido vacío

dibujo hecho en Mendoza
enero 2008



Lo que pasa es que después te acostumbrás. No es que no lo querés hacer. Lo hacés pero un poco resignado. Otras veces, un poco entusiasmado. No sé, por ahí, para vos es una tontería. Quizás ni pensaste en esto, lo puedo entender... pero ¿vos te pusiste a pensar? Entrás a las 8 y te vas a las 18.
Yo iba al colegio siempre a la tarde. O sea, nunca entendí cómo era eso de almorzar en el colegio porque vas doble turno. O sea, para mí el almuerzo siempre me lo hizo mi mamá.
Cuando empecé a trabajar, "mi mamá" pasó a ser una china que repartía 5 kg chow mien en potes de plástico de 150 grs en un país que no entiende ni conoce. Y a ella también le habrá pasado. De cocinarle a sus hijos a cocinar para empleados de oficina que cobran 900 por mes y se la dan de naturistas porque prefieren la comida casera.
Te repito, ya me acostumbré. Pero cada tanto, ahí en la mesa del depósito donde nos juntamos varios a almorzar, cuando termino de comer siento esa melancolía extraña. A mí me gustaría ver a mi mamá un poco enojada, un poco orgullosa de su hijo mientras lava los platos del morfi que me acaba de preparar. En cambio, tengo a Horacio que insiste en prenderse un cigarrillo mientras lo molesto con mi plato de chow mien.
Dice que necesita hacer la digestión.
Al final, la única que pierde es mi mamá.

¿Ahora a quién le cocina?

jueves, 24 de abril de 2008

Foto: Girasol

Tomás tiene cinco años. Lucas tres. Siempre se pelean por lo mismo: los autitos. 
Hay un cajón lleno de autos de juguete, eran del abuelo cuando era chico. No son de plástico como los de ahora, son de metal, son los matchbox de la década del 60. 
Terminaron de comer y Tomás estaba jugando con el auto azul que Lucas había sacado del cajón antes de sentarse en la mesa. La situación era esta: Lucas quería el auto que tenía su hermano. Tomás no pensaba devolvérselo. 
    - Tomás prestale el auto a tu hermano, lo tenía él. 
    - No quiero, le presto el rojo. 
Pero Lucas no quería el rojo, quería el azul. 
    - Le comparto el camión que es mucho más grande. 
Pero Lucas tampoco quería el camión.           
    - Tomás prestale el azul, hay un montón de autos más para jugar. ¿Por qué no podés prestarle ese?
    - Es que las ruedas andan mucho mejor (y lo mueve sobre la mesa para mostrar como giraban) 
Un juego de niños no tan simple: uno quiero lo que el otro quiere, por el hecho de tener lo que el otro no puede tener. No importa si es un auto azul, rojo o un camión, uno desea el deseo del otro, por ende es el deseo del deseo. 
Les hablé de lo importante que es compartir pero no conseguí que se deshagan de ese egoísmo pequeño. Pensé en esa pulsión agrandándose con lo años y la adultez. Le volví a insistir, le hablé cerca del oído. Tomás estaba a punto de prestárselo, pero con influencia algo le decía que no. Y no. No se lo prestó. 
Después de unos minutos llegó el postre, el arroz con leche que tanto le gusta a los dos. Se olvidaron del autito azul y disfrutaron de lo que vale la pena. 


remixado

Imagen de la película "The football factory", google.


Como ustedes saben, hay violencia en el fútbol. Es porque hay jóvenes aburridos y sin esperanzas que sólo se pueden expresar a través del odio y es terrible. Leonardo M. D’Espósito (El Amante del Cine)


ustedes saben
como hay violencia
jóvenes aburridos
hay violencia hay fútbol
hay jóvenes aburridos en el fútbol
como ustedes

jóvenes aburridos saben

es porque hay violencia sin esperanzas
odio es terrible
sólo pueden expresar
a través del fútbol

porque hay jóvenes
hay violencia
sólo expresarse pueden a través
del odio
terrible violencia en el fútbol
ustedes hay
aburridos y sin esperanza


+




martes, 22 de abril de 2008

odio las palabras


Me pelié con las palabras.
Si no sirven para decir lo que necesito, ya no necesito que salgan de mi boca. Mejor la uso para otra cosa.
Y me pelié con mi boca.
Porque no me sirve para besarte si no te digo la palabras que odio tanto.
Tanto, que pretendo olvidarme de vos y me olvido de ellas.
Pero no me olvido de esa palabra: besarte.
Ni de vos.
Besarte.

"El Locutor" (por Tony Wilson)




Fue a las siete y media de la mañana. Un Domingo. El teléfono


había estado sonando hacía rato. Nadie llama un domingo a esa


hora por una pelotudez. Se despertó. Se levantó de la cama para


atender el llamado. Hola- dijo. pero nada salió de su boca. El hola


sonó sólo en su cabeza. Hola- contestó una voz del otro lado. Esa


era su voz. La había perdido. Ya nunca más le volvería a hablar.

domingo, 20 de abril de 2008

humo




1
las escenas del pasado
vuelven sin forma

vuelven

pedir demasiado
pedir pedir
pedir demasiado
pedir


2
ves el charco
y antes de meter la pata
ya sabés que vas a tropezar
cuando podés
inventar un salto

tropezar


3
idiota idiota!

4

De sonreír, la luna se te parecería.
Dejan la misma sensación
de algo hermoso, pero devastador.
Ustedes saben tomar la luz ajena.
Su boca en O se entristece ante el mundo; la tuya es sencilla,

y tu gran don es convertirlo todo en piedra.
Me despierto en un mausoleo; estás acá,
golpeteando tus dedos sobre la mesa de mármol, en busca de cigarrillos,
con perfidia de mujer, aunque sin tantos nervios,
y muriéndote por decir algo irrefutable.

No oses leer

Se acerca, por la izquierda (la mía al escribir, o sea tu derecha) un oso bastante enojado. Yo que vos dejo de leer, parece bastante enojado y está cada vez más cerca. ¿Mencioné que es un oso?

Si llegaste hasta este nuevo párrafo, es que sos un temerario o un loco. No mires ahora, está desplegando una uñas afiladísimas mientras gruñe lleno de dientes. Y lo único que hay que hacer para que desaparezca es dejar de leer. No seas vicioso, pensá en tu familia.

¿Todavía acá? Te la estás buscando. Te va a pasar algo feo y se van a manchar todas las teclitas que dicen “ctrl.” “supr” “alt” e “imp pnt” con tu sangre. Todo por un caprichito de lector.

O tal vez estas planeando dejar de leer justo cuando el manotazo peludo te convierte en puré de lector. Es buena la idea, siempre que sepas cuando parar. Porque el oso está muy cerca, y tal vez yo no tengo ganas de avisarte que tan cerca. Tal vez las próxima palabras que escriba sean “scrack, splash y está muerto”, no confies en mi, cortá por lo sano. Andá a leer el post de pat morita (que habla sobre unos soretes enormes que se saca de la cola), o a jugar a este juego que está muy bueno. Mientras podés, digo.

Supongo que nadie en su sano juicio llegó hasta este último párrafo, supongo que nadie nunca va a leerlo. Aprovecho y lo uso para confesar que hace dos semanas que vengo usando las mismas medias. Nunca nadie lo sabrá. Jua jua ja ja ja jo jarujoija.