sábado, 2 de febrero de 2008

LICENCIA


El carga en su bolsa la voz de su experiencia
Las frases más agudas sobre su espalda
Y las palabras más suaves en su corazón
En él se sumerge para hablarte a vos
De él emerge para sintetizarlas con vos
Mezcla de hombre, duende, arrabalero y puro amor
Entra en el cielo para tomar su merecido descanso,
Ese que tanto esperó
Y volver con la olla cargada de cuentos de oro
Y un montón de nuevas ideas en polvo
Para soplarlas como nubes sobre vos y yo.


El INCREíBLE Alejandro “Bill Bixby” Raymond
La cuarta persona en el mundo que por afano mas quiero yo

viernes, 1 de febrero de 2008

Santa Rosa 57



Viernes 18 de enero.
Santiago de Chile.




Desde las reuniones con Loyds, Llach, Incardona, Videla Christensen y Depetris, allá por el senil 2006, que no me reunía con un grupo de escritores tan cínicamente sinceros. En éste había de todo: editores, poetas, narradores, todos editados y muy divertidos.

Saldaño me había invitado a la reunión semanal porque creyó más fácil encontrar una cama para la noche; hasta ese momento dormiría en la Estación Central: no había visto muchos bancos pero por lo menos la terminal era segura.


Llegué al depto ubicado en Santa Rosa 57 y estaban discutiendo Cardani, el Enrique Winter y Gabriel Ortiz sobre edición así que ahí mismo me di cuenta que todo pero todo todo saldría bien porque me acordé de los brasileros embaucadores y también dije "pare de sufrir".

Al cambiar de actitud, otra fue la energía que me ayudó a mostrar Los Pacoquis de Levín junto al único Música para Rinocerontes que me quedaba de Terranova y, cuando me quise acordar, éramos 17 chabonxs y yo, tomando cerveza Escudo (marca que identifiqué con la U de Chile y la Cristal con el Colo Colo) comiendo pancito con paté de ternera y Fernando Ortega ya me había dicho, tipo 00 horas, que podía ir a dormir a su casa del viernes al sábado y del sábado al domingo. Pintó un pisco Capel y 2 litros de merlot en tetrabrick así que ahí me di cuenta y dije wait wait too much y le pedí a Fernando si nos podíamos ir.



Antes de irme, sin embargo, había presenciado una noche de taller del mítico Santa Rosa 57 donde un grupo de poetas trabaja sus textos de manera ardua y vehemente sin pausa ni piedad. ¡Hasta sabían leer! ¡Qué sorpresa! ¡Qué linda sorpresa que pudieran modular! ¡Y qué rara sorpresa se llevaron ellos cuando me vieron sorprendido por semejante idiotez!



Sacaban sus poemas, repartían las copias y leían; después se venía lo mejor. Duras, durísimas críticas que más de una vez ha llevado a unos a serenar a los otros. La mirada comprometida sobre el texto incluye el proyecto de escritura del autor, se discute el trasfondo del poema, la corta o larga trayectoria de las repercusiones del texto (no dejan escapar una), comparten su visión de la literatura con sorna, con sangre, con ironía pero sobre todo con inteligencia.


Me dio una patética envidia porque desde aquél grupo de los seniles 2006 que no veo algo así. No veo grupos, no veo interés, no veo autocrítica. Están los que no resisten el mínimo análisis reflexivo sobre su obra porque "no es fashion" o porque "sí lo es: y no da"; están los que se chupan las medias entre todos y los que llenan de sangre e ironía discusiones acéfalas de inteligencia.


La mayoría de los escritores pasa desapercibido. Eso no es triste; es real. El grupo Santa Rosa 57, sin embargo, lo vive con una certeza envidiable: el escritor se forja, se pule, se construye. Y como en toda construcción las herramientas que se utilizan pueden dar miedo: serruchos que cortan, martillos que demuelen, pinzas que presionan o doblan. Herramientas que usan los que saben usar o los que quieren aprender a usarlas. Herramientas que mal usadas lastiman. Herramientas de un oficio como cualquier otro; y busquen en el mataburros lo que significa la palabra oficio.


El grupo Santa Rosa 57 trabaja, hace cuatro años, con herramientas que muy pocos saben usar aunque están a salvo; lo hacen siendo inteligentes.






fragmento de