Una raya más del tigre - IV
Viene de acá
El ruido de un tiro no es como el ruido de los tiros en las películas. Alguien ya me lo había dicho pero que te cuenten cómo suena un tiro es tan absurdo como escribir un post sobre cómo suena un tiro. Pero lo que nadie te cuenta ni de lo que había leído jamás en mi vida es del enorme cagazo que te agarra después de escuchar un tiro. Porque la incertidumbre de no poder distinguir entre el ruido de una bala entrando en la pared, rompiendo una mesa de madera o de metal o entrando en un cuerpo caliente genera tanta impotencia, curiosidad y miedo atroz que la primer imagen que se me vino a la cabeza fue la de una gran pantalla de cine en blanco. Como si estuvieras en la butaca a punto de ver una película. Te quedás inmóvil, con una ligera ansiedad y millones de litros de adrenalina que recorren tu cuerpo como los de un caballo salvaje luchando por no ser domesticado. Quedás atrapado en la sorpresa del sonido. Algunos duran más que otros en el shock. Para todos es lo mismo; una eternidad.
Le photographe reaccionó más rápido, aproximadamente una vida después. Cuando me tocó a mí, la pantalla en blanco se pintó de rojo y desde el fondo bien chiquito apareció un nombre que crecía y crecía y crecía hasta casi despegarse de la pantalla y golperme la frente en efecto 3D: Natalia.
En el bar había corridas y no podía distinguir nada entre la gente que gritaba sacada. Agarrado del hombro de Le photographe empujamos como Pumas hasta que llegamos adonde estaba la mesa para 15.
No había nadie pero había una nota. Escrito tenía un número: 1523.
-Ese número es nuestra salvación, culiao.
-¿Es una dirección?
-Sí, vamos.
-Pará, ¿y Nati?
-Ese número es lo más cerca que vamos a estar de Naty si no rajamos ya. Haceme caso, dale.
En el camino pasamos por la barra. Una chica muy bonita que gritaba "soy médico, soy médico" atendía al agente de la brigada que antes sostenía el vaso de coca cola fría. Tenía un tiro en el medio de la garganta y los ojos en blanco.
Cuando salimos a la puerta no podíamos creerle a nuestros ojos. Lo que veíamos no estaba pasando.
Le photographe reaccionó más rápido, aproximadamente una vida después. Cuando me tocó a mí, la pantalla en blanco se pintó de rojo y desde el fondo bien chiquito apareció un nombre que crecía y crecía y crecía hasta casi despegarse de la pantalla y golperme la frente en efecto 3D: Natalia.
En el bar había corridas y no podía distinguir nada entre la gente que gritaba sacada. Agarrado del hombro de Le photographe empujamos como Pumas hasta que llegamos adonde estaba la mesa para 15.
No había nadie pero había una nota. Escrito tenía un número: 1523.
-Ese número es nuestra salvación, culiao.
-¿Es una dirección?
-Sí, vamos.
-Pará, ¿y Nati?
-Ese número es lo más cerca que vamos a estar de Naty si no rajamos ya. Haceme caso, dale.
En el camino pasamos por la barra. Una chica muy bonita que gritaba "soy médico, soy médico" atendía al agente de la brigada que antes sostenía el vaso de coca cola fría. Tenía un tiro en el medio de la garganta y los ojos en blanco.
Cuando salimos a la puerta no podíamos creerle a nuestros ojos. Lo que veíamos no estaba pasando.
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