Una raya más del tigre - III
Viene de acá
-¿Perro? ¿Sos vos?
-¿Qué pasa, Raúl?
-Tenemos un problema con Sosa.
-¿Qué quiere?
-Más plata y...
-¿Y...?
-Y que le dejemos libre la plaza. La quiere para él.
El Perro frunció la nariz y me vino la imagen de Tony Montana cuando se da cuenta que al fin y al cabo es la hermana, la hermana querida, y que tampoco hay vuelta atrás. Que de ciertos actos no se vuelve. Me sacó el canuto de la nariz y se agachó.
-Aprendé a ser solidario, culiao.
Desde arriba, la pelada del Perro parecía un arma. Como si todo su imperio dependiera del brillo de su pelada. El Perro aspiraba prolijo, sin apuro y sin dejar rastros. Me devolvió el tubito y abrió la puerta para irse. Raúl parecía enojado.
Raúl no se llamaba Raúl. Le decían Raúl desde que andaba con el Perro de acá para allá. En una noche de semana, en un bar de 25 de mayo, el Perro comía una porción explosiva de pizza de lomo cuando se le acercó un agente de la brigada a pedirle plata.
-Perro, dame quinientos mangos, no seas culiao que te reviento.
-Tomatela, borracho.
Al toque el agente se paró de manos, como dice Oyola, y como el Perro no hacía nada, el tipo sacó una navaja y le apuntó al centro de la pelada para amenazarlo. En la barra había un forzudo parecido a Shenkler que se levantó y le partió los huesos de la mano del agente antes de que chillara como un chancho agónico. El Perro todavía tenía la porción de pizza en la boca mientras el forzudo sacaba al borracho. El Pelado miraba sin decir una palabra y cuando volvió el grandote de la calle lo invitó a su mesa.
Así se conocieron.
-Andaba necesitando un trabajo, Perro.
-Y yo andaba necesitando una espalda, Raúl.
-Mi nombre es...
-Sí, sí, ya sé cómo te llamás pero conmigo te llamás Raúl.
-Gracias, Perro.
-Ahora comé. ¿Qué te gusta? ¿La negra o la rubia?
-Me gusta lampiña.
-Ja. Igual que a mí.
-¡Rosa!
Así arrancó una bola de nieve. Le photographe, después de aspirar su línea y mientras yo me aspiraba la mía, me contó que desde aquella noche de semana hacía dos años se había fundado La Rosca. Y que la merluza que estábamos tomando era solo para amigos. Estaba más relajado y parlanchín.
-¿Te gustó el cordero?
-Bárbaro, ¿quién lo hizo?
-Mi abuela.
-Grossa tu abuela. Hablé un ratito con ella.
-¿Sabés cuántos años tiene?
-Ni idea.
-Ciento veintidós años, culiao.
Yo me reí porque pensé que me estaba jodiendo. El también se rió porque me estaba jodiendo. Al toque, a los dos se nos cayó la cara cuando en el salón se cortó la música y después de un grito raro, medio gutural, se escuchó un tiro.
-¿Qué pasa, Raúl?
-Tenemos un problema con Sosa.
-¿Qué quiere?
-Más plata y...
-¿Y...?
-Y que le dejemos libre la plaza. La quiere para él.
El Perro frunció la nariz y me vino la imagen de Tony Montana cuando se da cuenta que al fin y al cabo es la hermana, la hermana querida, y que tampoco hay vuelta atrás. Que de ciertos actos no se vuelve. Me sacó el canuto de la nariz y se agachó.
-Aprendé a ser solidario, culiao.
Desde arriba, la pelada del Perro parecía un arma. Como si todo su imperio dependiera del brillo de su pelada. El Perro aspiraba prolijo, sin apuro y sin dejar rastros. Me devolvió el tubito y abrió la puerta para irse. Raúl parecía enojado.
Raúl no se llamaba Raúl. Le decían Raúl desde que andaba con el Perro de acá para allá. En una noche de semana, en un bar de 25 de mayo, el Perro comía una porción explosiva de pizza de lomo cuando se le acercó un agente de la brigada a pedirle plata.
-Perro, dame quinientos mangos, no seas culiao que te reviento.
-Tomatela, borracho.
Al toque el agente se paró de manos, como dice Oyola, y como el Perro no hacía nada, el tipo sacó una navaja y le apuntó al centro de la pelada para amenazarlo. En la barra había un forzudo parecido a Shenkler que se levantó y le partió los huesos de la mano del agente antes de que chillara como un chancho agónico. El Perro todavía tenía la porción de pizza en la boca mientras el forzudo sacaba al borracho. El Pelado miraba sin decir una palabra y cuando volvió el grandote de la calle lo invitó a su mesa.
Así se conocieron.
-Andaba necesitando un trabajo, Perro.
-Y yo andaba necesitando una espalda, Raúl.
-Mi nombre es...
-Sí, sí, ya sé cómo te llamás pero conmigo te llamás Raúl.
-Gracias, Perro.
-Ahora comé. ¿Qué te gusta? ¿La negra o la rubia?
-Me gusta lampiña.
-Ja. Igual que a mí.
-¡Rosa!
Así arrancó una bola de nieve. Le photographe, después de aspirar su línea y mientras yo me aspiraba la mía, me contó que desde aquella noche de semana hacía dos años se había fundado La Rosca. Y que la merluza que estábamos tomando era solo para amigos. Estaba más relajado y parlanchín.
-¿Te gustó el cordero?
-Bárbaro, ¿quién lo hizo?
-Mi abuela.
-Grossa tu abuela. Hablé un ratito con ella.
-¿Sabés cuántos años tiene?
-Ni idea.
-Ciento veintidós años, culiao.
Yo me reí porque pensé que me estaba jodiendo. El también se rió porque me estaba jodiendo. Al toque, a los dos se nos cayó la cara cuando en el salón se cortó la música y después de un grito raro, medio gutural, se escuchó un tiro.
2 comentarios:
vos si que tenes gracia chabon.....los tres palitos: III, me hacen pensar en una garra, jo!
buinaaaaaa
M.
Qué exageraaaaaadxxxxxxxxx, po.
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